Biografía de San Tarcisio – 15 de agosto
Se le conoce también como San Tarsicio, fue un gran acolito del siglo IV que dió su vida defendiendo la Santa Eucaristía de los paganos.
Historia de San Tarcisio
San Tarcisio fue un joven acólito en Roma, dedicado a asistir a los sacerdotes durante las celebraciones litúrgicas. En una ocasión, después de participar en una Santa Misa en las Catacumbas de San Calixto, el obispo lo encomendó con una misión especial: llevar la Sagrada Eucaristía a los cristianos que se encontraban encarcelados por profesar su fe en Jesucristo.
Cruel Martirio de San Tarcisio
Mientras caminaba por las calles de Roma con la Eucaristía escondida bajo su manto, un grupo de jóvenes paganos se acercó a él y le preguntó qué llevaba. Con valentía, San Tarcisio se negó a responder y protegió el sagrado tesoro con su vida. Los paganos, enfurecidos, lo atacaron con violencia para arrebatarle la Eucaristía, pero él prefirió morir antes que entregarla.
Durante el ataque, un soldado cristiano llegó en su auxilio y ahuyentó a los atacantes, pero San Tarcisio ya había sido gravemente herido. Con sus últimas fuerzas, le encomendó al soldado que llevara la Sagrada Comunión a los cristianos encarcelados, y así entregó su vida defendiendo el Sacramento y las Sagradas formas que contenían el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
El Martirologio Romano, el libro oficial de las Vidas de Santos de la Iglesia, relata el martirio de San Tarcisio en la Vía Apia de Roma. Los paganos intentaron arrebatarle el Sacramento, pero él prefirió guardar silencio y soportó la brutal golpiza hasta su último aliento, sin permitir que profanaran el tesoro de la Eucaristía.
Tras su muerte, los cristianos recogieron el cuerpo de San Tarcisio y le dieron una honorable sepultura en el Cementerio de Calixto. El Papa San Dámaso, en honor a su martirio y valentía, escribió un hermoso epitafio sobre su tumba, comparándolo con el diácono San Esteban, ambos dignos de honrar y recordar.
La vida y martirio de San Tarcisio nos inspiran a ser valientes en la defensa de nuestra fe y a apreciar la inmensa grandeza de la Sagrada Eucaristía, el verdadero tesoro que contiene la Carne Divina de Cristo. Que su ejemplo nos guíe en nuestro camino de santidad y nos ayude a ser testigos valientes de la presencia viva de Cristo en la Eucaristía.
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