Biografía de Beato Sebastián de Aparicio – 25 de febrero
El beato franciscano Sebastián de Aparicio demostró una gran santidad en cada pequeña tarea que hacía, tenía un gran amor por los animales desde pequeño y de adulto ayudó en lo que pudo a los indígenas de América.
Historia de Beato Sebastián de Aparicio
El 20 de enero del año 1502 en La Gudiña, Galicia, España, nació un alma destinada a dejar una huella imborrable en la historia de la santidad. Sebastián de Aparicio, desde su infancia, experimentó los desafíos de la vida, marcada por una epidemia que asoló su pueblo. En medio de la enfermedad, su madre lo llevó a una cueva para protegerlo, pero un giro inesperado de los acontecimientos alteró el curso de su destino.
Una loba, en un acto sorprendente, se cruzó en su camino y lo mordió. Contrariamente a lo que se podría esperar, esta mordedura se convirtió en su cura milagrosa. Desde ese momento, Sebastián desarrolló un profundo amor por los animales y ejerció una influencia admirable sobre ellos, convirtiéndose en un testigo viviente de lo inexplicable.
La vida en el campo se convirtió en su refugio, donde la soledad, la paz y el silencio facilitaban su comunicación con Dios. Hasta los veinte años, desempeñó el papel de pastor de las ovejas de sus padres, dedicando extensos periodos a la oración en medio de la naturaleza.
Huida a América
Sin embargo, la vida tiene sus propios designios, y Sebastián se embarcó en una nueva etapa al convertirse en mayordomo de una hacienda. Todo iba bien hasta que la dueña de la finca se enamoró de él, poniendo a prueba su virtud. Con valentía, Sebastián reconoció el peligro para su alma y decidió huir, evitando caer en las tentaciones que la belleza y las riquezas le presentaban.
En su búsqueda de un refugio seguro, Sebastián se trasladó a otra finca, solo para encontrarse con desafíos similares. Determinado a preservar su castidad, tomó la decisión radical de embarcarse hacia América, eligiendo Puebla, México, como su nuevo hogar.
En esta nueva tierra, Sebastián no solo encontró un refugio para su alma, sino que también se convirtió en un arquitecto del progreso regional. La escasez de carros de carga inspiró su iniciativa de construirlos, y dedicó sus esfuerzos a transportar alimentos y mercancías entre pueblos distantes, sorteando peligros inminentes y precipicios temibles.
Las ganancias obtenidas se invirtieron en la construcción de caminos vecinales, conectando comunidades y facilitando el intercambio. Su fuerza descomunal se convirtió en una herramienta invaluable para estos trabajos, demostrando que la fortaleza física podía ser un medio para alcanzar fines nobles.
Un Amigo de los Indígenas
Los indígenas, afectados por la pobreza, encontraron en Sebastián un benefactor desinteresado. Transportaba gratuitamente sus alimentos, distribuía lo que conseguía y les enseñaba habilidades prácticas para mejorar sus vidas. Su altruismo y dedicación no pasaron desapercibidos, ganándose el respeto incluso de una banda de guerrilleros indígenas que, al reconocerlo, lo dejaron pasar sin causarle daño.
En el trajín diario de la vida, Sebastián también enfrentó pruebas que desafiaron su paciencia y nobleza. Un incidente en un mercado, donde accidentalmente dañó las ollas de un vendedor, reveló su capacidad para resolver conflictos de manera ejemplar. A pesar de los insultos y desafíos, aceptó la propuesta de enfrentarse en una pelea, demostrando su fuerza no solo física, sino también moral.
Con el tiempo, Sebastián adquirió una hacienda y decidió utilizar sus recursos para ayudar a los menos afortunados. Apoyó a las jóvenes pobres dándoles una suma considerable al casarse, trató a los trabajadores como amigos y proporcionó tierras a arrendatarios para que establecieran sus propias fincas. Su compasión también se extendió a los esclavos, tratando a su único esclavo como a un hijo y otorgándole la libertad cuando así lo deseó.
En un gesto visionario, fundó la primera escuela industrial en México en su hacienda, dedicándose a enseñar a campesinos y obreros las habilidades necesarias para ganarse la vida honradamente. Su compromiso con el bienestar de la comunidad no conocía límites, y su legado se convirtió en una fuente de inspiración para las generaciones venideras.
Ingreso a la Orden de San Francisco de Asís
La vida de Sebastián dio un giro inesperado cuando una enfermedad grave lo llamó a la vida religiosa. En un momento de altísima fiebre, prometió dedicarse totalmente a la vida espiritual si se curaba. La curación llegó, y cumplió su promesa vendiendo sus propiedades y donando el dinero a las religiosas clarisas. Así, ingresó como hermano lego en el convento de los franciscanos.
En el convento, enfrentó la prueba de la noche oscura del alma, donde el demonio intentaba desviar su camino. Sus amigos, testigos de horrores diabólicos, se retiraron asustados, pero Sebastián resistió con oraciones que ahuyentaban a los demonios. Sus últimos veinte años en el convento los vivió con humildad, desempeñando tareas simples como pedir limosna, cuidar el huerto y realizar mandados.
Su conexión con los animales, evidente desde su infancia, se manifestó en numerosos eventos extraordinarios. Las hormigas lo rodearon en un acto de protección, un caballo indomable se calmó a su llegada, y las mismas hormigas, conmovedas por sus ruegos, le devolvieron los granos de trigo destinados a un pobre necesitado.
Fallecimiento del Beato Sebastián de Aparicio
A los 95 años, una hernia marcó el fin de su vida terrenal. Ante la cercanía de la muerte, pidió rezar el credo, y en el momento culminante, cuando mencionaron la resurrección de los muertos, se apagó pacíficamente.
Su legado perdura, no solo en la memoria de los habitantes de Puebla que asistieron a su entierro, sino también en los milagros que ocurrieron junto a su sepulcro. Desenterrado dos veces, su cadáver apareció incorrupto, con su rostro radiante y alegre como si la muerte no hubiera tocado su ser.
En 1787, Sebastián de Aparicio fue beatificado, dejando tras de sí un testimonio de humildad, servicio desinteresado y devoción a Dios que continúa inspirando a aquellos que buscan un modelo de vida virtuosa. Su vida, llena de vicisitudes y milagros, se erige como un faro de esperanza y caridad, recordándonos que la verdadera grandeza reside en el servicio a los demás y en la fidelidad a principios más elevados.
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