Biografía de San Pablo Apóstol – 29 de junio

Considerado el Apóstol número 13, fue uno de los mayores evangelizadores de los primeros siglos, siendo parte importante de la Iglesia de Cristo.

Historia de San Pablo Apóstol

Saulo nació en Tarso de Cilicia, alrededor del año 8 de la Era Cristiana, pertenecía a una familia judía de la diáspora o dispersión y, como tal, estaba sólidamente formado en la Ley de los judíos. Saulo se dirigió a Jerusalén, a completar su educación rabínica, y su maestro fue el más autorizado rabino de entonces, Gamaliel el Viejo. Su gran talento le afianzó rápidamente en los principios de la Ley antigua, que cita constantemente de memoria y con gran exactitud. Su carácter impetuoso le lanza a un fanatismo exagerado, en legítima defensa de la Ley y tradiciones ancestrales.

En las sinagogas de Cilicia es donde se cree que conoció la doctrina de la nueva fe cristiana, por la predicación del gran San Esteban y su celo e impetuosidad le llevaron a ser parte de quienes perseguían a los cristianos, convencido de que defendía la causa de Dios.

Martírio de San Esteban

«Yo perseguí de muerte —cuenta el santo— a los seguidores de esta nueva doctrina, aprisionando y metiendo en la cárcel a hombres y mujeres«.

Cuando sucedió el motín que le arrebató la vida a San Esteban, Pablo evidentemente tomó parte activa en él, ya que los verdugos dejan las vestiduras ante sus ojos: «Y depositaron las vestiduras delante de un mancebo llamado Saulo», dice en «Hechos de los Apóstoles«.

Conversión de Saulo

Por aquel tiempo se había ya constituido en Damasco un grupo importante de la nueva comunidad cristiana, del que pronto tuvo noticia Pablo, quién entonces tenía unos veintiséis años de edad. Con su afán de exterminio pidió al príncipe de los sacerdotes unas cartas de presentación para Damasco, a fin de apresar a los adeptos de la nueva fe. Mas todo había de suceder de muy distinta manera…

Obtenidas las cartas, Pablo y sus compañeros se acercaban va a Damasco, cuando de pronto una luz del cielo les envolvió en su resplandor. Pablo vio entonces a Jesús. A su vista cayó en tierra y ovó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?».

Atemorizado y sin reconocerlo, Pablo preguntó: «¿Quién eres Tú, Señor?».

Y el Señor le dijo: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa es para ti el dar coces contra el aguijón».

Saulo, entonces, temblando, teniendo ante sí la sangre de Esteban y todas sus persecuciones, otra vez preguntó: «Señor, ¿qué quieres que haga?».

Jesús le respondió: «Levántate y entra en la ciudad, donde se te dirá lo que debes hacer».

Los compañeros de Pablo estaban completamente asombrados. Oían, pero sin ver a nadie; y como al levantarse Pablo estaba ciego, le cogieron de la mano y le llevaron a la ciudad, donde permaneció tres días con total ceguera y sin comer ni beber nada.

El Gran Evangelizador de Cristo

Luego de recobrar la vista milagrosamente, se retiró a Arabia por un tiempo, y allí, antes de volver a Damasco, permaneció entregado a la oración y en trato íntimo con el Señor. Regresó luego a la ciudad, entrando de lleno en su función de apóstol y en su gran labor evangelizadora.

Cuando empezó a predicarla doctrina de Jesús, y a proclamar que Jesucristo es el verdadero Dios y el Mesías prometido, los judíos de Damasco decidieron perderle y lograron del etnarca del rey Aretas que colocara guardias a las puertas de la ciudad para que no pudiera escapar, mientras le perseguían dentro de la ciudad. Desde ese día, la vida apostólica de Pablo es una cadena de persecuciones, de grandes dificultades; pero, al mismo tiempo, de grandes triunfos para la iglesia de Cristo.

El Primer Gran Viaje

Pablo trabajó arduamente primero como subordinado, junto a los demás propagadores. Al poco tiempo sus grandes cualidades de organizador, su talento, su energía y férrea voluntad; su gran capacidad, en fin, para el apostolado y su extenso conocimiento de la Ley, junto a su cultura helenista, así como su habilidad para comunicar a otros su pensamiento, le destacarán entre todos los cristianos e la época. A esto hay que añadir el impulso interior que empujaba a aquel carácter ardiente a entregarse totalmente a la conversión, no sólo de los judíos, sino de todos los pueblos gentiles adonde pudiera llevar su palabra.

Viajó sin descanso de una parte a otra del mundo romano, iba solo o acompañado, llevando la palabra del señor a todos lados. El celo y la actividad apostólica de San Pablo no disminuyeron con los años. Unos veinticinco años duraron sus asombrosas y eficaces campañas. El apóstol jamás cedió al cansancio, siempre con renovadas energías.

El Segundo Viaje de San Pablo

Hizo un largo viaje a través de Asia junto a San Bernabé. Pocos años más tarde, visitará esas iglesias, en la que se llama su segunda misión o segundo gran viaje, entre el año 52 y el 55 de la Era Cristiana. En el decurso del mismo, su figura va agrandándose muy visiblemente, su empresa se hace cada día más vasta.

Con dos o tres compañeros, o una pequeña escolta, y otras veces solo, se interna Pablo muy adentro del inmenso imperio de los ídolos, sin dejar de tomar contacto con colonias hebreas fanáticas y rencorosas.Predica en las plazas, en los anfiteatros, en las sinagogas, y mientras unos se hacen discípulos suyos, otros se amotinan, le maldicen y le apedrean. La persecución acrece su vigor, la contradicción exalta su fe en la victoria.

Luego de su misión en Galacia, sigue hacia Occidente y llega a Tróada. Allí la voz del Espíritu Santo le habla por medio de un macedonio que se le aparece en sueños y le dice: «Ven a mi país». A los pocos días embarcaba para Filipos, el primer suelo europeo que enrojece con su sangre. Unas personas se lanzaron un día sobre él y le arrastraron ante el tribunal de la ciudad, diciendo: “Este judío alborota al pueblo y propaga costumbres que no podemos aceptar los romanos”.

La Captura de San Pablo

Pablo y sus compañeros sufrieron el tormento de la flagelación y fueron encerrados en un calabozo. El carcelero los oyó cantar, vio una luz que inundaba la prisión, sintió el ruido de las cadenas que caían rotas. Compasivo, trajo comida a sus presos y se convirtió. Luego fue bautizado y al día siguiente les transmitió una orden de sus jefes: “Salid y marchad en paz”.

Luego Pablo se dirigió a Tesalónica, capital de la región, centro de confluencia de ideas religiosas y de tráfico mercantil. Logró grandes conversiones y dejó establecida una comunidad, que al poco tiempo creció en gran medida. Los judíos del lugar convencieron al pueblo de atentar contra su vida, lo que obligó al santo a huir.

Mediante la guía del Espíritu santo, llegó hasta Atenas. Se le permitió que disertase en el foro y en el Areópago o senado de los sabios. El discurso memorable que a éstos dirigió se encuentra en el libro de los Hechos. Tomando pie de la idea del “Dios desconocido” al que había visto dedicada un ara votiva, el Apóstol les habla del Dios único, que ha creado todas las cosas, que nos ha redimido y que un día resucitará nuestra carne.

Un Evangelizador Sin Descanso

Al hablar de la resurrección de los muertos, fue interrumpido por gritos, murmullos obstructivos y carcajadas. Muchos oyentes abandonaron el local; otros se acercaron al orador para decirle: “Basta por hoy; otro día nos hablarás de estas cosas”. Pero algunos creyeron, entre ellos uno que se convertiría en un gran santo “Dionisio el Areopagita”.

Al salir Pablo de Atenas, con tristeza por las pocas conversiones, pero con la inquebrantable esperanza de que la siembra esparcida había de crecer grandemente en el futuro, se dirigió a Corinto, donde vivió durante un año y medio. Mucho había que trabajar en la gran ciudad del estrecho, sensual, inquieta, cosmopolita. Sin embargo, confiaba el Apóstol en que su frivolidad ofrecería menos resistencia a la levadura evangélica que el orgullo de los que presumían de eruditos. Pablo Buscó el medio de ganarse el pan con el ejercicio de su oficio de constructor de tiendas. Un fabricante le tomó enseguida a su servicio. Y pronto también, alternándolo con el trabajo material, pudo desplegar su trabajo apostólico. Dialogaba con muchos, persuadía a no pocos.

Cada sábado hablaba en la sinagoga, durante dieciocho meses no cesó de predicar, de discutir y de bautizar a los nuevos cristianos. Había reunido ya una iglesia numerosa, cuando, como de costumbre, estalló el odio de los judíos que, no atreviéndose a darle muerte, le llevaron a los tribunales como innovador. El procónsul Galión no quiso discutir sobre asuntos de doctrinas y arrojó de su presencia a los acusadores y al acusado.

Luego de su estancia en Corinto, Pablo regresó a Jerusalén. Tenía ansias de visitar las iglesias de Palestina, donde los judaizantes habían intrigado, sin descanso, durante los tres años de ese su segundo viaje.

El Tercer Gran Viaje de Pablo

Su tercera misión ocurrió entre los años 55 y 59. El cuartel central de su campaña es, durante más de dos años, la ciudad de Éfeso, la gran metrópoli del Asia Menor, nudo de todas las comunicaciones orientales y occidentales, punto estratégico de primer orden para hacer crecer la iglesia de Cristo, “Una puerta grande se abre ante mí”, había dicho él mismo. Empieza predicando en la sinagoga. Pero a los tres meses rompe con los judíos. Entonces alquila por dos horas diarias el liceo de un profesor de Filosofía, y allí instruye a sus oyentes predilectos.

Su apostolado se va desplegando, en público y de casa en casa, convenciendo a los paganos, animando a los fieles, exhortando a los judíos. 

Estalla también allí, por fin, la algarada hebraico-gentílica contra el Apóstol. La promueven los profesionales de la magia, que tienen gran clientela en la ciudad; los orfebres, que dejaron de vender muchos objetos religiosos, sobre todo imágenes de la diosa Artemisa, patrona de la población; los díscolos, a los cuales ofende la predicación moralizante del enérgico forastero. Pablo se escapó como pudo gracias a la ayuda de algunos fieles fervorosos. Ha dejado en Éfeso una importante comunidad, que posteriormente será dirigida por el Apóstol San Juan.

En el transcurso de los dos años siguientes, San Pablo se dirigió a Macedonia, Grecia y especialmente a Corinto, donde permanece unos tres meses, y en Jerusalén, a donde regresó con motivo de las fiestas de Pentecostés del año 58. Allí los judíos del Asia Menor, que habían acudido a dichas fiestas, se amotinaron contra él, acusándole de predicar contra la Ley y contra el Templo.

Gracias al título de ciudadano romano, cuyos privilegios hizo valer, se libró de ser azotado; luego, después de dos años de estar preso en Cesarea, logró terminar su encarcelamiento apelando al César.

Fue trasladado a Roma. En la travesía naufragó la embarcación que le llevaba. No llegó a la capital del imperio romano hasta principios del año 61. Su proceso duró otros dos años. Durante este tiempo pudo morar en una casa alquilada, recibir muchas visitas, y entregarse por completo al ministerio de la palabra, convirtiendo a muchas personas. Por fin se pronunció sentencia absolutoria en la causa que se le seguía.

Entonces Pablo se aleja de Roma y en la tradición se cuenta que dirigió a España, donde permaneció una temporada.

El Martírio de San Pedro y San Pablo

Vuelve después a sufrir cautiverio en Roma, a fines del año 66, en plena persecución de Nerón. Se le encierra entonces en una prisión terrible, en la que se le condenó a una absoluta inactividad e incomunicación. El apóstol supo doblegarse a la voluntad del Señor, que le tenía destinado, como a Pedro, el Príncipe de los Apóstoles, a una muerte próxima.

Según narra la antigua tradición, los dos fueron inmolados el mismo día, en el año 67; Pedro, crucificado cabeza abajo en la colina del Vaticano; Pablo, decapitado en la Vía Ostiense. Ambos santos son recordados el mismo día.

Más Sobre San Pablo Apóstol

Encuentra más información sobre San Pablo Apóstol en nuestra página.

Conversión de San Pablo – 25 de enero
Oraciones a San Pablo Apóstol


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *