Biografía de San Enrique Emperador – 13 de julio
Nadie imagianaba que un gran santo vendría de un reino tan grande y menos siendo el mismo emperador cuando se pasaban tiempos oscuros en Europa.
Historia de San Enrique Emperador
Enrique nació el 6 de mayo del año 973 en Baviera, Sacro Imperio Romano Germánico, actual Alemania. Era nieto de Carlomagno y sucesor de los tres Otones, fue el más grande apóstol de la paz en el segundo decenio del siglo XI y uno de los más destacados promotores de la civilización occidental, colaborando a la labor del Papado y de los monjes de Cluny, San Odilón fue gran amigo del emperador Enrique.
Luego de la gloriosa restauración de Carlomagno, Europa, en el siglo X, se vivió una época de dejadez y brutalidad. Empiezan a aparecer los desastrosos resultados del feudalismo, la jerarquía eclesiástica estaba corroída por las investiduras y por muchas zonas, la ley del más fuerte es la absoluta.
Primeros Años de San Enrique
Era difícil creer que en esta época aparecería algún santo y mucho menos nacido en cuna de oro. Nos hallamos en la corte del duque de Baviera Enrique el Batallador o el pendenciero y de su esposa Gisela de Borgoña. En el castillo ducal se celebran grandes festejos porque ha nacido el príncipe heredero. Se le impone, como a su padre, el nombre de Enrique.
Los primeros años pasan tranquilamente, pero pronto es víctima de la persecución; Enrique el pendenciero ha sido vencido en una de las interminables guerras familiares y se ha visto obligado a huir de sus tierras. Sin embargo, las cosas volverán a su lugar; el padre recobrará el ducado con todas sus posesiones y Enrique podrá dedicarse al cultivo de las Letras, bajo la dirección de Wolfgang, el santo obispo de Ratisbona.
Wolfgang no sólo forma su inteligencia, sino también su voluntad, dándole una esmerada educación cristiana y una sólida piedad.
El Santo Emperador
En cuanto muere Enrique el pendenciero, el santo toma el cargo de duque bajo el nombre de Enrique II y se convierte en uno de los príncipes de más porvenir de Alemania. Con su carácter recto y justiciero atiende a las necesidades de su pueblo, gobierna con mano al mismo tiempo fuerte y suave. Sabe comprender y no le gusta tomar represalias. Prefiere perdonar que castigar y busca antes el provecho de sus súbditos que sus propios intereses.
En el año 1002, los electores del Sacro Imperio Romano-Germánico le nombran para el cargo imperial luego de la muerte de Otón III, sin sucesión directa.
La fama de Enrique, su sinceridad y nobleza, son reconocidas por todos, y saben que será el emperador ideal. La ascensión al trono imperial es para el duque de Baviera una empresa difícil. Surgen contrincantes que ha de vencer, sublevaciones para dominar, enemistades entre los señores feudales, que ha de sofocar, pero Enrique con su fiel ejército atiende a todo.
Vence al rey de Polonia, rechaza a los bizantinos, interviene en los Estados Pontificios defendiendo los derechos de Benedicto VIII, el legítimo sucesor de Pedro. Con su prodigioso genio militar sabe triunfar, pero, diferente de muchos otros de su tiempo, no abusa de la victoria. La justicia rige todos sus actos.
Su actividad se extiende también a la reforma espiritual del clero.
En el año 1007 convoca, de acuerdo con las costumbres de aquellos años, un Concilio general en Frankfurt. Acuden los numerosos obispos del Imperio, que dictan severas normas disciplinarias. Después, Enrique procurará que se cumplan. Restablecido el orden en el Imperio y protegidas las fronteras, Enrique empezó a reinar con todo su poder. En el año 1014, junto con su esposa, fue ungido y coronado rey por el propio pontífice, en Roma.
Fallecimiento del Emperador San Enrique
El santo al sentirse que la muerte estaba cerca, juntó a sí a los grandes del reino y, tomando la mano de su esposa Cunegunda, que también llegó a ser santa, dijo a sus suegros: «He aquí a la que vosotros me habéis dado por esposa ante Cristo; como me la disteis virgen, virgen la pongo otra vez en las manos de Dios y vuestras«. Los restos del santo reposan en la catedral de Bamberg.
San Enrique realizó lo que a muchos puede parecer imposible: ser emperador, vivir continuamente ocupado en los problemas públicos y entre guerras, y alcanzar la santidad.
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