Biografía de Beata María Caridad Brader – 27 de febrero
La Beata María Caridad Brader es la fundadora de la Congregación de Franciscanas de María Inmaculada en 1894. Fue una gran devota de la Jesús en la Eucaristía.
Histotira de Beata María Caridad Brader
Caridad Brader, hija de Joseph Sebastián Brader y de María Carolina Zahner, nació el 14 de agosto de 1860 en Kaltbrunn, St. Gallen (Suiza). Fue bautizada al día siguiente con el nombre de María Josefa Carolina.
Dotada de una inteligencia poco común y guiada por las sendas del saber y la virtud por una madre tierna y solícita, la pequeña Carolina moldeaba su corazón mediante una sólida formación cristiana, un intenso amor a Jesucristo y una tierna devoción a la Virgen María.
Conocedora del talento y aptitudes de su hija, su madre procuró darle una esmerada educación. En la escuela de Kaltbrunn hizo, con gran aprovechamiento, los estudios de la enseñanza primaria; y en el instituto de María Hilf de Altstätten, dirigido por una comunidad de religiosas de la Tercera Orden Regular de san Francisco, los de enseñanza media.
Cuando el mundo se abría ante ella atrayéndola con todos sus halagos, la voz de Cristo empezó a hacer eco en su corazón y decidió abrazar la vida consagrada. Esta elección de vida, como era previsible, provocó en primera instancia la oposición de su madre, dado que ésta era viuda y Carolina su única hija.
El 1 de octubre de 1880 ingresó en el convento franciscano de clausura «María Hilf», en Altstätten, que regentaba un colegio como servicio necesario a la Iglesia católica de Suiza.
El primero de marzo de 1881 vistió el hábito de Franciscana, recibiendo el nombre de María Caridad del Amor del Espíritu Santo. El 22 de agosto del siguiente año emitió los votos religiosos. Dada su preparación pedagógica, fue destinada a la enseñanza en el colegio adosado al monasterio.
Misión en América
Abierta la posibilidad para que las religiosas de clausura pudieran dejar el monasterio y colaborar en la extensión del Reino de Dios, los obispos misioneros, a finales del siglo XIX, se acercaron a los conventos en busca de monjas dispuestas a trabajar en los territorios de misión.
Monseñor Pedro Schumacher, celoso misionero de san Vicente de Paúl y Obispo de Portoviejo (Ecuador) escribió una carta a las religiosas de María Hilf, pidiendo voluntarias para trabajar como misioneras en su diócesis.
Las religiosas respondieron con entusiasmo a esta invitación. Una de las más entusiastas para marchar a las misiones era la Madre Caridad Brader. La beata María Bernarda Bütler, superiora del convento que encabezará el grupo de las seis misioneras, la eligió entre las voluntarias diciendo: «A la fundación misionera va la madre Caridad, generosa en sumo grado, que no retrocede ante ningún sacrificio y, con su extraordinario don de gentes y su pedagogía podrá prestar a la misión grandes servicios».
El 19 de junio de 1888 la Madre Caridad y sus compañeras emprendieron el viaje hacia Chone, Ecuador. En 1893, después de duro trabajo en Chone y de haber catequizado a innumerables grupos de niños, la Madre Caridad fue destinada para una fundación en Túquerres, Colombia.
Allí desplegó su ardor misionero: amaba a los indígenas y no escatimaba esfuerzo alguno para llegar hasta ellos, desafiando las embravecidas olas del océano, las intrincadas selvas y el frío intenso de los páramos. Su celo no conocía descanso. Le preocupaban sobre todo los más pobres, los marginados, los que no conocían todavía el evangelio.
Fundación de la orden de los Hermanas Franciscanas de María Inmaculada
Ante la urgente necesidad de encontrar más misioneras para tan vasto campo de apostolado, apoyada por el padre alemán Reinaldo Herbrand, fundó en 1894 la Congregación de Franciscanas de María Inmaculada. La Congregación se surtió al inicio de jóvenes suizas que, llevadas por el celo misionero, seguían el ejemplo de la Madre Caridad. A ellas se unieron pronto las vocaciones autóctonas, sobre todo de Colombia, que engrosaron las filas de la naciente Congregación y se extendieron por varios países.
La Madre Caridad, en su actividad apostólica, supo compaginar muy bien la contemplación y la acción. Exhortaba a sus hijas a una preparación académica eficiente pero «sin que se apague el espíritu de la santa oración y devoción». «No olviden —les decía— que cuanto más instrucción y capacidad tenga la educadora, tanto más podrá hacer a favor de la santa religión y gloria de Dios, sobre todo cuando la virtud va por delante del saber. Cuanto más intensa y visible es la actividad externa, más profunda y fervorosa debe ser la vida interior».
Crecimiento de la Orden de los Hermanas Franciscanas de María Inmaculada
Encauzó su apostolado principalmente hacia la educación, sobre todo en ambientes pobres y marginados. Las fundaciones se sucedían donde quiera que la necesidad lo requería. Cuando se trataba de cubrir una necesidad o de sembrar la semilla de la Buena Nueva, no existían para ella fronteras ni obstáculo alguno.
Alma eucarística por excelencia, halló en Jesús Sacramentado los valores espirituales que dieron calor y sentido a su vida. Llevada por ese amor a Jesús Eucaristía, puso todo su empeño en obtener el privilegio de la Adoración Perpetua diurna y nocturna, que dejó como el patrimonio más estimado a su comunidad, junto con el amor y veneración a los sacerdotes como ministro de Dios.
Amante de la vida interior, vivía en continua presencia de Dios. Por eso veía en todos los acontecimientos su mano providente y misericordiosa y exhortaba a los demás a «Ver en toda la permisión de Dios, y por amor a Él, cumplir gustosamente su voluntad». De ahí su lema: «Él lo quiere», que fue el programa de su vida.
Fallecimiento de Beata María Caridad Brader
La Madre Caridad Brader desempeñó el papel de guía espiritual como superiora general de su Congregación desde 1893 hasta 1919 y nuevamente de 1928 a 1940. En este último año, manifestó de manera irrevocable su decisión de no aceptar una nueva reelección, comprometiéndose a la filial obediencia y veneración hacia su sucesora. En 1933, experimentó la alegría de recibir la aprobación pontificia para su Congregación. A los 82 años, anticipando su muerte, exhortó a sus seguidoras a mantener las buenas obras, practicar la limosna y la caridad hacia los pobres, demostrar gran caridad entre ellas y mostrar adhesión a obispos y sacerdotes.
El 27 de febrero de 1943, sin previo aviso sobre su último día de vida, la Madre Caridad entregó su alma al Señor, pronunciando las palabras finales «Jesús, …Me muero». Tras su fallecimiento, una procesión interminable de devotos solicitó reliquias y se encomendó a su intercesión. Los funerales, el 2 de marzo de 1943, contaron con la asistencia de autoridades eclesiásticas y civiles, así como una multitud que afirmaba: «ha muerto una santa».
Legado de Beata María Caridad Brader
Después de su muerte, su tumba se convirtió en un lugar constante de peregrinación para devotos en busca de su intercesión en sus necesidades. Las virtudes practicadas por la Madre Caridad se alinearon con las características destacadas por el Papa Juan Pablo II en su Encíclica «Redemptoris Missio» que identifican al verdadero misionero, como la pobreza, la mansedumbre y la aceptación de los sufrimientos.
La Madre Caridad encarnó la pobreza según el espíritu de San Francisco, manteniendo un desprendimiento total a lo largo de su vida. Experimentó la auténtica pobreza mientras ejercía como misionera en Chone, al nivel de las personas a las que instruía y evangelizaba. Además, aceptó los sufrimientos como distintivo del verdadero misionero, llevando una vida bajo la austera sombra de la cruz con admirable paciencia hasta su fallecimiento.
Otro aspecto destacado por el Papa es la alegría interior que nace de la fe, una característica que la Madre Caridad vivió intensamente a pesar de su vida austera. Su espíritu alegre se reflejaba en su deseo de que todas sus hijas estuvieran contentas y confiaran en el Señor. Estas virtudes y más fueron reconocidas por la Congregación de las Causas de los Santos, siendo aprobadas como el primer paso hacia su Beatificación. El reconocimiento de su santidad se vio reforzado por un milagro admirable en favor de Johana Mercedes Melo Díaz, una niña con daño cerebral que experimentó una notable mejoría después de una novena realizada con fe y devoción hacia la Madre Caridad.
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