Oraciones a Nuestra Señora del Rosario
La devoción a Nuestra Señora del Rosario, con sus raíces en los primeros siglos del cristianismo, es un testimonio conmovedor de la profunda relación entre los fieles y la Virgen María. A lo largo de la historia, esta práctica de oración ha evolucionado, desde sus inicios como una forma contemplativa de comunicarse con Dios hasta convertirse en una poderosa herramienta de evangelización y un refugio en momentos de necesidad. La aparición de la Virgen a Santo Domingo, la aparición de la Virgen en Fátima y la victoria en la batalla de Lepanto son momentos emblemáticos que subrayan la importancia del Rosario en la espiritualidad católica.
Hoy, el Rosario sigue siendo una fuente de consuelo y fortaleza para millones de personas en todo el mundo, un vínculo con la Virgen María y una expresión profunda de fe y devoción. A medida que perdura a través de los siglos, sigue recordándonos el poder de la oración y la importancia de nuestra relación con Dios y la Virgen María en nuestras vidas.
Oración a la Virgen del Rosario
¡Oh Madre, quiero consagrarme a ti!
Virgen María, hoy consagro mi vida a ti siento necesidad constante de tu presencia en mi vida. Para que me protejas, me guíes y me consueles. Sé que en ti mi alma encontrará reposo y la angustia en mí no entrará. Mi derrota se convertirá en victoria mi fatiga en ti fortaleza es.
Amén.
Consagración a la Virgen del Rosario de San Nicolás
Santísima Virgen del Rosario: Amada por Dios desde toda la eternidad, viniste al mundo llena de gracia y sin la más ligera sombra de pecado para ser Madre de Jesús y Madre nuestra. Cuando el ángel te saludó en nombre de Dios, respondiste sí a la invitación divina, y el Verbo se hizo carne en tu seno virginal. Desde entonces comenzaste a vivir en íntima comunión con Él los misterios todos de su vida, y te convertiste en Nuestra Señora del Evangelio, de la Redención y de la Gracia.
Junto a la Cruz bebiste con tu hijo Dios el cáliz amargo del dolor y unida a Él mereciste para todos los redimidos la vida eterna. El Espíritu Santo descendió en Pentecostés nuevamente sobre Ti y te consagró Madre de la Iglesia. Coronada ahora en el Cielo como Reina y como Madre de todo lo creado. Tu corazón continúa aquí en la tierra. En El confiamos.
Madre del Rosario acércate aún más a nosotros. Te pedimos por los que no tienen fe o rechazan tu luz. Por los que no tienen pan. Por los enfermos y por los sanos. Por los que viven angustiados o sufren sin esperanzas. Por los hogares que se elevan y por los hogares que amenazan ruinas.
Santifica y fortalece al Papa, el dulce Cristo en la tierra, a los Obispos y sacerdotes, a todos los llamados a seguir más de cerca de Jesucristo.
Enciende en sus corazones un fuego que jamás se extinga.
Madre del Rosario, únenos a Ti en la tierra y llévanos contigo al Cielo.
Amén.
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