Biografía de los Santos Francisco y Jacinta Marto – 20 de febrero
El día de hoy 20 de febrero se celebra a 2 de los 3 santos que vieron a la Virgen María en Fátima, Portugal.
Historia de los Santos Francisco y Jacinta Marto
Santa Jacinta poseía una clara inteligencia; era muy ligera y alegre. Siempre estaba corriendo, saltando o bailando. Vivía apasionada por el ideal de convertir pecadores, a fin de arrebatarlos del suplicio del infierno, cuya temerosa visión tanto le impresionó.
Una vez exclamó: ¡Qué pena tengo de los pecadores! ¡Si yo pudiera mostrarles el infierno!
Si miramos a Jacinta antes de las apariciones de la Virgen es fácil poder contemplar la transformación que ocurrió en su vida a partir de éstas. Transformación que iba en aumento después de cada aparición y que llegó a su punto culminante en la última parte de su vida.
Jacinta tenía un gran amor por el baile y le gustaba recoger flores silvestres cuando iba a Loca de Cabeso, las cuales le entregaba a su prima Lucía. Algunas veces tomaba en sus brazos a una ovejita, en imitación del Señor, el Buen Pastor, que buscaba la oveja perdida. El padre José Galamba de Oliveira, quien era el presidente Diocesano de la Comisión para la causa de Jacinta y Francisco Marto entrevistó a Sor Lucía sobre el carácter de su prima.
Palabras de Sor Lucía Sobre su Prima Santa Jacinta
Él le preguntó: «Qué sentían las personas cuando estaban en compañía de Jacinta?»
Sor Lucía contestó:» Yo solo puedo decirle lo que yo sentía cuando estaba en su compañía, y puedo describirle cualquier manifestación externa de los sentimientos de otras personas. Lo que yo sentía usualmente es lo que se sentiría en la presencia de una persona santa que se comunicaba con Dios en todo momento. Su comportamiento era siempre serio, modesto y amable. Ella parecía manifestar la presencia de Dios en todas sus acciones, como una persona de edad y virtud avanzada y no como una niña. Nunca observé en ella esa excesiva frivolidad o entusiasmo infantil por los juegos y las cosas bonitas común en los niños, esto es, después de las apariciones. Antes de las apariciones, sin embargo, era la personificación del entusiasmo y del capricho.»
Sor Lucía también dice que la compañía de su prima se le hacía a veces bastante antipática porque era muy susceptible y caprichosa. La menor contrariedad en el juego era suficiente para enfadarse y ponerse de lado. Para que volviese al juego era necesario dejarle escoger a su gusto y que todos se sometiesen a lo que ella quería. Después de las apariciones, como lo contó la misma Sor Lucía, todo esto desapareció. Jacinta tuvo un cambio completo.
Sor Lucía sigue siguió contando sobre su prima: » No puedo decir que otros niños corrían tras de ella como lo hacían conmigo, quizás esto se debía a que ella no sabía canciones ni historias para enseñarles y para entretenerles, o quizás por qué la seriedad de su comportamiento era superior a la de su edad. Si algún niño o adulto decían o hacían algo en su presencia que no estaba totalmente correcto, ella les reprobaba diciéndoles que no hicieran eso que ofendía a Dios, quien estaba ya demasiado ofendido.»
Sor Lucía dijo una vez que: «pensaba que Jacinta fue la que recibió de Nuestra Señora una mayor abundancia de gracia, y un mejor conocimiento de Dios y de la virtud.»
Santa Jacinta murió santamente el 20 de febrero del año 1920. Su cuerpo reposa junto con a su hermano San Francisco, en el crucero de la Basílica, en Fátima.
A la pregunta: «¿Cómo es que Jacinta, tan pequeña como era, se dejó poseer por ese espíritu de mortificación y penitencia y lo comprendió tan perfectamente?» Sor Lucía respondió: «Pienso que la razón es lo siguiente: primero que Dios quiso derramar en ella una gracia especial, a través del Inmaculado Corazón de María y, segundo, fue porque ella vio el infierno, y vio la ruina de las almas que caen en él».
Una Niña Santa que Parecia Adulta
De todo el mensaje de Fátima el elemento que más impresionó a Jacinta fue la visión de las consecuencias del pecado, en la ofensa a Dios y en los castigos de los condenados del infierno.
A través de la gracia que había recibido y con la ayuda de la Virgen, Jacinta, tan ferviente en su amor a Dios y su deseo de las almas, fue consumida por una sed insaciable de salvar a las pobres almas en peligro del infierno. La gloria de Dios, la salvación de las almas, la importancia del Papa y de los sacerdotes, la necesidad y el amor por los sacramentos – todo esto era de primer orden en su vida. Ella vivió el mensaje de Fátima para la salvación de las almas alrededor del mundo, demostrando un gran espíritu misionero.
Jacinta veneraba a la Santísima Virgen con un amor tierno, filial y gozoso, respondiendo constantemente a sus palabras y deseos; honrándola muchas veces por el rezo del Santo Rosario y de jaculatorias en honor a la Virgen. De las jaculatorias que más le gustaba repetir era: «Dulce Corazón de María, sed la salvación mía».
La Santísima Virgen se convirtió en su directora espiritual, y bajo su dirección maternal Jacinta se convirtió en una mística.
El Amor a Jesús de Santa Jacinta
Como no podía recibir la Comunión en reparación, como lo había pedido la Virgen ella exclamaba: «¡Tengo tanta pena de no poder comulgar en reparación de los pecados que se cometen contra el Inmaculado Corazón de María!» Ofrecía lo que le era posible: oraciones y sacrificios.
Ella estaba constantemente en una profunda contemplación de Dios, en un coloquio íntimo con Él. Buscaba el silencio y la soledad, y de noche se levantaba de la cama para expresarle su amor al Señor con mayor libertad.
Ella decía: «¡Amo tanto a Dios! ¡En algunos momentos, me parece que tengo un fuego en mi corazón, pero no me quema!»
Contemplaba con amor a Cristo crucificado y lloraba siempre que escuchaba el relato de la Pasión de Cristo. Al mismo tiempo alimentó en su corazón una ardiente devoción por Jesús en la Eucaristía, a quien visitaba con frecuencia y por largo tiempo en la parroquia, escondiéndose en el púlpito donde nadie la podía ver.
Las Mortificaciones de los Tres Santos
Anhelaba recibir el Cuerpo de Cristo, pero no se le era permitido por su edad. Su amor por la Eucaristía se manifestaba en su participación en la Misa diariamente por la conversión de los pecadores, después que se enfermó. También cuando instruía a las enfermeras a arrodillarse frente a «Jesús escondido», en el tabernáculo en reparación; pidiendo en ocasiones que le movieran la cama cerca del balcón para poder ver el tabernáculo de la capilla del hospital.
Santa Jacinta no se cansaban de buscar nuevas maneras de ofrecer sacrificios por los pecadores. Un día, poco después de la cuarta aparición, mientras que caminaban, Jacinta encontró una cuerda y propuso el ceñir la cuerda a la cintura como sacrificio. Estando de acuerdo, cortaron la cuerda en tres pedazos y se la ataron a la cintura sobre la carne. Lucia cuenta después que este fue un sacrificio que los hacia sufrir terriblemente, tanto así que Jacinta apenas podía contener las lágrimas. Pero si se le hablaba de quitársela, respondía enseguida que de ninguna manera pues esto servía para la conversión de muchos pecadores. Al principio llevaban la cuerda de día y de noche pero en una aparición, la Virgen les dijo: «Nuestro Señor está muy contento de vuestros sacrificios pero no quiere que durmáis con la cuerda. Llevarla solamente durante el día.» Ellos obedecieron y con mayor fervor perseveraron en esta dura penitencia, pues sabían que agradaban a Dios y a la Virgen. Francisco y Jacinta llevaron la cuerda hasta en la última enfermedad, durante la cual aparecía manchada en sangre.
Especialmente, durante su enfermedad le manifestaba a Lucía: «Sufro mucho, pero ofrezco todo por la conversión de los pecadores y para reparar al Corazón Inmaculado de María.«
Desde la primera aparición, los niños buscaban como multiplicar sus mortificaciones.
Los Milagros de los Tres Santos
La Virgen María no dejaba de escuchar las fervientes súplicas de estos niños, respondiéndoles a menudo de manera visiblemente. Tanto Francisco como Jacinta fueron testigos de hechos extraordinarios:
En un pueblo vecino, a una familia le había caído la desgracia del arresto de un hijo por una denuncia que le llevaría a la cárcel si no demostrase su inocencia. Sus padres, muy afligidos, mandaron a Teresa, la hermana mayor de Lucia, para que les suplicara a los niños que les obtuvieran de la Virgen la liberación de su hijo. Lucía, al ir a la escuela, contó a sus primos lo sucedido. Dijo Francisco, «Vosotras vais a la escuela y yo me quedaré aquí con Jesús para pedirle esta gracia.» En la tarde Francisco le dice a Lucia, «Puedes decirle a Teresa que haga saber que dentro de pocos días el muchacho estará en casa.» Y así sucedió, el 13 del mes siguiente, el joven se encontraba de nuevo en su casa.
En otra ocasión, había una familia cuyo hijo había desaparecido como prodigo sin que nadie tuviera noticia de él. Su madre le rogó a Jacinta que lo recomendará a la Virgen. Algunos días después, el joven regresó a casa, pidió perdón a sus padres y les contó su trágica aventura. Después de haber gastado todo lo que había robado, lo arrestaron y metieron en la cárcel. Logró escapar y huyó a unos bosques desconocidos, y, poco después, se halló completamente perdido. No sabiendo que hacer y hacia donde ir, llorando se arrodilló y rezó. Vio entonces a Jacinta que le tomó de una mano y le condujo hasta un camino, donde le dejo, indicándole que lo siguiese. De esta forma, el joven pudo llegar hasta su casa. Cuando después interrogaron a Jacinta si realmente había ido a encontrase con el joven, repuso que no pero que si había rogado mucho a la Virgen por él.
En otra ocasión, se dirigían tranquilamente hacia la carretera, vieron que se paraba un gran auto delante de ellos con un grupo de señoras y señores, elegantemente vestidos. «Mira, vendrán a visitarnos…» empezó Francisco. «¿Nos vamos?» pregunta Jacinta. «Imposible sin que lo noten,» responde Lucía: «Sigamos andando y veréis como no nos conocen.» Pero los visitantes los paran: «¿Sois de Aljustrel?» «Si, señores» responde Lucia. «¿Conocéis a los tres pastores a los cuales se les ha aparecido la Virgen?» «Si los conocemos» «¿Sabrías decirnos dónde viven?» «Tomen ustedes este camino y allí abajo tuerzan hacia la izquierda» les contesta Lucía, describiéndoles sus casas. Los visitantes marcharon, dándoles las gracias y ellos contentos, corrieron a esconderse.
Grandes Sufrimientos de los Pequeños Santos
El 23 de diciembre del año 1918, Francisco y Jacinta se enfermaron gravemente por la terrible epidemia de bronco-neumonía. Pero a pesar de que se encontraban enfermos, no disminuyeron en nada el fervor en hacer sacrificios y penitencias.
En febrero del año 1919, Francisco empeoró considerablemente y del lecho en que se vio postrado no volvió a levantarse. Sufrió con íntima alegría su enfermedad y sus grandísimos dolores, en sacrificio a Dios. Como Lucía le preguntaba si sufría. Respondía: «Bastante, pero no me importa. Sufro para consolar a Nuestro Señor y en breve iré al cielo.«
Fallecimiento de San Francisco Marto
El día 2 de abril, su estado era tal que se creyó conveniente llamar al párroco. No había hecho todavía la Primera Comunión y temía no poder recibir al Señor antes de morir. Habiéndose confesado en la tarde, quiso guardar ayuno hasta recibir la comunión. El siguiente día, recibió la comunión con gran lucidez de espíritu y piedad, y apenas hubo salido el sacerdote cuando preguntó a su madre si no podía recibir al Señor nuevamente. Después de esto, pidió perdón a todos por cualquier disgusto que les hubiese ocasionado. A Lucia y Jacinta les añadió: «Yo me voy al Paraíso; pero desde allí pediré mucho a Jesús y a la Virgen para que os lleve también pronto allá arriba.» Al día siguiente, el 4 de abril, con una sonrisa angelical, sin agonía, sin un gemido, expiró dulcemente. Aún no había cumplido años.
Jacinta sufrió mucho por la muerte de su hermano. Poco después de esto, como resultado de la bronconeumonía, se le declaró una pleuresía purulenta, junto a otras complicaciones. Un día le declara a Lucia: «La Virgen ha venido a verme y me preguntó si quería seguir convirtiendo pecadores. Respondí que sí y Ella añadió que iré pronto a un hospital y que sufriré mucho, pero que lo padezca todo por la conversión de los pecadores, en reparación de las ofensas cometidas contra Su Corazón y por amor de Jesús. Dijo que mamá me acompañará, pero que luego me quedaré sola.» Y todo sucedió de esa manera.
Fallecimiento de Santa Jacinta Marto
Por orden del médico fue llevada al hospital de Vila Nova donde fue sometida a un tratamiento por dos meses. Al regresar a su casa, volvió tal y como había partido, pero con una gran llaga en el pecho que necesitaba ser medicada diariamente. Más, por falta de higiene, le sobrevino a la llaga una infección progresiva que le resultó a Jacinta un gran tormento. Era un martirio continuo, que sufría siempre sin quejarse. Intentaba ocultar todos estos sufrimientos a los ojos de su madre para no hacerla sufrir más de lo que ya estaba sufriendo.
Durante su enfermedad confió a su prima: «Sufro mucho; pero ofrezco todo por la conversión de los pecadores y para desagraviar al Corazón Inmaculado de María»
En enero de 1920, un doctor especialista le insiste a la mamá de Jacinta a que la llevasen al Hospital de Lisboa, para atenderla. Esta partida fue desgarradora para Jacinta, sobre todo el tener que separarse de Lucía.
Al despedirse de Lucía le hace estas recomendaciones: ‘Ya falta poco para irme al cielo. Tú quedas aquí para decir que Dios quiere establecer en el mundo la devoción al Inmaculado Corazón de María. Cuando vayas a decirlo, no te escondas. Di a toda la gente que Dios nos concede las gracias por medio del Inmaculado Corazón de María. Que las pidan a Ella, que el Corazón de Jesús quiere que a su lado se venere el Inmaculado Corazón de María, que pidan la paz al Inmaculado Corazón, que Dios la confió a Ella. Si yo pudiese meter en el corazón de toda la gente la luz que tengo aquí dentro en el pecho, que me está abrazando y me hace gustar tanto del Corazón de Jesús y del Corazón de María.»
Su mamá pudo acompañarla al hospital, pero después de varios días tuvo ella que regresar a casa y Jacinta se quedó sola. Fue admitida en el hospital y el 10 de febrero tuvo lugar la operación. Le quitaron dos costillas del lado izquierdo, donde quedó una llaga muy grande. Los dolores que sufrió en este tiempo fueron tremendamente grandes y horribles.
Tres días antes de morir le dice a la enfermera, «La Santísima Virgen se me ha aparecido asegurándome que pronto vendría a buscarme, y desde aquel momento me ha quitado los dolores. El 20 de febrero del año 1920, cerca de las seis de la tarde ella declaró que se encontraba mal y pidió los últimos Sacramentos. Esa noche hizo su última confesión y rogó que le llevaran pronto el Viático porque moriría muy pronto. El sacerdote no vio la urgencia y prometió llevársela al día siguiente. Poco tiempo después, murió. Tenía sólo diez años de edad.
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