Biografía de Santo Toribio de Mogrovejo – 23 de marzo
Este increíble Santo trabajó incansablemente durante muchos años con la intención de hacer crecer el catolicismo en América.
Historia de Santo Toribio de Mogrovejo
Toribio nació en Mayorga, España, en el año 1538. Los historiadores nos cuentan que Santo Toribio fue uno de los regalos más valiosos que España le envió a América. Las personas de aquella época lo llamaban un nuevo San Ambrosio, y el Papa Benedicto XIV dijo de él que era sumamente parecido en sus actuaciones a San Carlos Borromeo, el famoso arzobispo de Milán.
Sus Inicios como Arzobispo
Santo Toribio estudió derecho y había sido nombrado presidente del Tribunal de Granada cuando el emperador Felipe II al conocer sus grandes cualidades le propuso al Papa para que lo nombrara Arzobispo de Lima. Roma aceptó y envió en nombramiento, pero Toribio tenía mucho temor a aceptar dicho cargo. Después de tres meses de dudas y vacilaciones aceptó.
El Arzobispo que lo iba a ordenar sacerdote le propuso darle todas las órdenes menores en un solo día, pero él prefirió que le fueran confiriendo una orden cada semana, para así irse preparando debidamente a recibirlas.
En el año 1581 llegó Toribio a Lima como Arzobispo. Su arquidiócesis tenía dominio sobre varias regiones donde actualmente se encuentran Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Bolivia, Chile y parte de Argentina. Medía cinco mil kilómetros de longitud, y en ella había toda clase de climas y altitudes. Abarcaba más de seis millones de kilómetros cuadrados.
El Crecimiento de la Iglesia en América
Al llegar a Lima Santo Toribio tenía 42 años y dedicó todas sus energías en lograr el progreso espiritual de sus fieles. En aquel tiempo, La ciudad estaba en una grave situación de decadencia espiritual. Los conquistadores cometían muchos abusos y los sacerdotes no se atrevían a corregirlos. Muchos para excusarse del mal que estaban haciendo, decían que esa era la costumbre. El arzobispo les respondió que Cristo es verdad y no costumbre y empezó a atacar fuertemente todos los vicios y escándalos. A los pecadores públicos los reprendía fuertemente, aunque estuvieran en puestos altos.
Las medidas enérgicas que tomó contra los abusos que se cometían, le atrajeron muchos enemigos, persecuciones y calumnias. El santo solo callaba y ofrecía todo por amor a Dios, exclamando, «Al único que es necesario siempre tener contento es a Nuestro Señor«.
Tres veces visitó completamente su inmensa arquidiócesis de Lima. En la primera ocasión tardó siete años recorriéndola. En la segunda vez duró cinco años y en la tercera empleó cuatro años. La mayor parte del recorrido era a pie, pero algunas pocas eran en mula, por caminos casi intransitables, pasando de climas terriblemente fríos a climas ardientes. Eran viajes para destruir la salud del más fuerte. Muchas noches tuvo que pasar a la intemperie o en ranchos muy pobres, durmiendo en el puro suelo. Los preferidos de sus visitas eran los indígenas y las personas de color, especialmente los más pobres, los más ignorantes y los enfermos.
El Santo de los Nativos e Indígenas
Logró la conversión de una gran cantidad de indígenas. Mientras viajaba siempre iba rezando. Al llegar a cualquier sitio su primera visita era al templo del lugar. Reunía a los indígenas y les hablaba por horas y horas en el idioma de ellos que se había preocupado por aprender muy bien. Aunque en la mayor parte de los sitios que visitaba no había ni siquiera las más elementales comodidades, en cada pueblo se quedaba varios días instruyendo a los nativos, bautizando y confirmando.
Celebraba la misa con gran fervor, varias veces vieron los acompañantes que mientras rezaba su rostro comenzaba a resplandecer con una hermosa luz. Santo Toribio recorrió unos 40,000 kilómetros visitando y ayudando a sus fieles. Pasó por caminos jamás transitados, llegando hasta tribus que nunca habían visto un hombre blanco o extranjero.
Al final de su vida envió una relación al rey contándole que había administrado el sacramento de la confirmación a más de 800,000 personas. Una vez una tribu guerrera salió a su encuentro con la intención de comenzar una batalla, pero al ver al arzobispo tan venerable y tan amable, todos se arrodillaron ante él y le atendieron con gran respeto las enseñanzas que les daba.
En Ejemplo a Seguir Dentro de la Iglesia
Santo Toribio se propuso reunir a los sacerdotes y obispos de América en Sínodos o reuniones generales para dar leyes acerca del comportamiento que deben tener los católicos. Cada dos años reunía a todo el clero de la diócesis para un Sínodo y cada siete años a los de las diócesis vecinas. Y en estas reuniones se daban leyes severas y a diferencia de otras veces en que se hacían leyes, pero no se cumplían, en los Sínodos dirigidos por Santo Toribio, las leyes se hacían y se cumplían, porque él estaba siempre pendiente de que todos las cumplieran.
Nuestro santo era un gran trabajador. Desde muy temprano ya estaba levantado y repetía frecuentemente: «Nuestro gran tesoro es el momento presente. Tenemos que aprovecharlo para ganarnos con él la vida eterna. El Señor Dios nos tomará estricta cuenta del modo como hemos empleado nuestro tiempo«.
Fundó el primer seminario del continente americano. Insistió y obtuvo que los religiosos aceptaran parroquias en sitios de extrema pobres. Casi duplicó el número de parroquias o centros de evangelización en su arquidiócesis. Cuando él llegó había 150 y cuando murió ya existían 250 parroquias en su territorio.
La Generosidad de Santo Toribio
Su generosidad lo llevaba a repartir a los pobres todo lo que poseía y obtenía de las ofrendas. Un día al regalarle sus camisas a un necesitado le recomendó: «Váyase rapidito, no sea que llegue mi hermana y no permita que Ud. se lleve la ropa que tengo para cambiarme«.
En un tiempo que comenzó una gran epidemia, gastó sus bienes en socorrer a los enfermos, y él mismo recorrió las calles acompañado de una gran multitud llevando en sus manos un gran crucifijo y rezándole con los ojos fijos en la cruz, pidiendo a Dios misericordia y salud para todos.
Fallecimiento y Legado de Santo Torivio de Mogrovejo
El 23 de marzo del año 1606, un Jueves Santo, murió en una pequeña capilla, en una lejana región, donde estaba predicando y confirmando a los indígenas.
Estaba a 440 kilómetros de Lima. Cuando se sintió enfermo prometió a sus acompañantes que le daría un premio al primero que le trajera la noticia de que ya se iba a morir. Y repetía aquellas palabras de San Pablo: «Deseo verme libre de las ataduras de este cuerpo y quedar en libertad para ir a encontrarme con Jesucristo».
Ya agonizando pidió a los que rodeaban su lecho que entonaran el salmo que dice: «De gozo se llenó mi corazón cuando escuché una voz: iremos a la Casa del Señor. Que alegría cuando me dijeron: vamos a la Casa del Señor«. Las últimas palabras que dijo antes de morir fueron las del salmo 30: «En tus manos encomiendo mi espíritu«.
Su cuerpo, cuando fue llevado a Lima, un año después de su muerte, todavía se hallaba incorrupto, como si estuviera recién muerto. Después de su muerte se consiguieron muchos milagros por su intercesión. Santo Toribio tuvo el gusto de administrarle el sacramento de la confirmación a tres santos: Santa Rosa de Lima, San Francisco Solano y San Martín de Porres.
El Papa Benedicto XIII lo declaró santo en el año 1726.
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