Biografía de San Policarpo – 23 de febrero
Santo conocido por su martirio sin igual y por la gran oración que hizo antes de morir.
Historia de San Policarpo
San Policarpo era obispo de la ciudad de Esmirna, en Turquía, y fue a Roma a dialogar con el Papa Aniceto para ver si podían ponerse de acuerdo para unificar la fecha de fiesta de Pascua entre los cristianos de Asia y los de Europa. Mientras iba de camino en Roma se encontró con un hereje que negaba varias verdades de la religión católica. El otro le preguntó: ¿No me conoces? Y el santo le respondió: ¡Si te conozco, Tu eres un hijo de Satanás!
Carta de San Policarpo
Cuando San Ignacio de Antioquía era llevado Roma encadenado para ser martirizado, San Policarpo salió a recibirlo y besó emocionado sus cadenas. Y por petición de San Ignacio, Policarpo escribió una carta que fue dirigida a los cristianos de Asia, carta que, según San Jerónimo, era sumamente apreciada por los antiguos cristianos.
Captura de San Policarpo
El pueblo estaba reunido en el estadio y a ese lugar fue llevado Policarpo para ser juzgado. El gobernador le dijo: «Declare que el César es el Señor». Policarpo respondió: «Yo sólo reconozco como mi Señor a Jesucristo, el Hijo de Dios«. Añadió el gobernador: ¿Y qué pierde con echar un poco de incienso ante el altar del César? Renuncie a su Cristo y salvará su vida. A lo cual San Policarpo dio una respuesta admirable. Dijo: «Ochenta y seis años llevo sirviendo a Jesucristo y Él nunca me ha fallado en nada. ¿Cómo le voy yo a fallar a El ahora? Yo seré siempre amigo de Cristo».
El gobernador le grita: «Si no adora al César y sigue adorando a Cristo lo condenaré a las llamas». A lo que el santo respondió: «Me amenazas con fuego que dura unos momentos y después se apaga. Yo lo que quiero es no tener que ir nunca al fuego eterno que nunca se apaga«.
En ese momento el pueblo empezó a gritar: ¡Este es el jefe de los cristianos, el que prohíbe adorar a nuestros dioses, que lo quemen! Los judíos también pedían que lo quemaran vivo. El gobernador les hizo caso y decretó su pena de muerte, y todos aquellos enemigos de nuestra santa religión se fueron a traer leña de los hornos y talleres para encender una hoguera y quemarlo.
Fallecimiento de San Policarpo
Hicieron un gran montón de leña y colocaron sobre él a Policarpo. Los verdugos querían amarrarlo a un palo con cadenas, pero él les dijo: «Por favor: déjenme así, que el Señor me concederá valora para soportar este tormento sin tratar de alejarme de él«. Entonces lo único que hicieron fue atarle las manos por detrás.
Policarpo, elevando los ojos hacia el cielo, oró en alta voz: «Señor Dios, Todopoderoso, Padre de Nuestro Señor Jesucristo: yo te bendigo porque me has permitido llegar a esta situación y me concedes la gracia de formar parte del grupo de tus mártires, y me das el gran honor de poder participar del cáliz de amargura que tu propio Hijo Jesús tuvo que tomar antes de llegar a su resurrección gloriosa. Concédeme la gracia de ser admitido entre el grupo de los que sacrifican su vida por Ti y haz que este sacrificio te sea totalmente agradable. Yo te alabo y te bendigo Padre Celestial por tu santísimo Hijo Jesucristo a quien sea dada la gloria junto al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos«.
En cuanto Policarpo terminó de rezar su oración, prendieron fuego a la leña, y entonces sucedió un milagro ante la vista de todos los que estaban allí presentes, lo que se cuenta en una carta antigua escrita cuando sucedió el martirio es lo siguiente: las llamas, haciendo una gran circunferencia, rodearon al cuerpo del mártir, y el cuerpo de Policarpo ya no parecía un cuerpo humano quemado sino un hermoso pan tostado, o un pedazo de oro sacado de un horno ardiente. Y todos los alrededores se llenaron de un agradabilísimo olor como de un fino incienso. Los verdugos recibieron la orden de atravesar el corazón del mártir con un lanzazo, y en ese momento vimos salir volando desde allí hacia lo alto una blanca paloma, y al brotar la sangre del corazón del santo, en seguida la hoguera se apagó».
«Los judíos y paganos le pidieron al jefe de la guardia que destruyeran e hicieran desaparecer el cuerpo del mártir, y el militar lo mandó quemar, pero nosotros alcanzamos a recoger algunos de sus huesos y los veneramos como un tesoro más valioso que las más ricas joyas, y los llevamos al sitio donde nos reunimos para orar«.
El martirio ocurrió el 23 de febrero del año 155.
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