Biografía de San Pedro Fabro – 2 de agosto
Uno de los santos con los que comenzó la Compañía de Jesús. Fue un gran discípulo de San Ignacio de Loyola.
Historia de San Pedro Fabro
También conocido como San Pedro Favre nació el 13 de abril del año 1506, en Villaret, Savoya, en la familia Fabro.
Desde su juventud, Pedro Fabro se destacó como ovejero y catequista, dedicando los domingos a impartir enseñanzas a personas más jóvenes que él. Su amor por el aprendizaje lo llevó a ser un joven estudioso, leyendo siempre que tenía la oportunidad. Recibió su educación de un sacerdote en Thones y más tarde estudió en un colegio cercano.
Sin planes concretos para su futuro, decidió viajar a París con el apoyo de sus padres. En 1525, llegó a la capital francesa, un lugar próspero para los estudios en aquellos tiempos. Mientras estudiaba según el método parisino, descubrió su verdadera vocación. Dado que no tenía muchos bienes, tuvo que buscar un colegio donde pudiera ser admitido gratuitamente. Tuvo la suerte de ser acogido en el Colegio de Santa Bárbara, compartiendo alojamiento con un joven de Navarra que más tarde se convertiría en San Francisco Javier. Ambos jóvenes se convirtieron en grandes amigos y, al mismo tiempo, obtuvieron el grado de Maestro en Artes el mismo día.
La Compañía de Jesús
En la universidad, Pedro conoció a San Ignacio de Loyola y se convirtió en su discípulo más avanzado. Juntos se dieron cuenta de la influencia negativa de Lutero y Farel. En 1534, Pedro fue ordenado sacerdote, y ese mismo año, el 6 de junio, tuvo el privilegio de recibir los votos de Ignacio y otros cinco compañeros en Montmartre, dando origen al grupo que más tarde se convertiría en la Compañía de Jesús. Tres nuevos miembros se unieron a ellos más tarde. Bajo la convocatoria de Ignacio, todos se reunieron en Venecia en 1537. Después de más de 10 años, Pedro dejó París el 15 de noviembre de 1536.
Después de Ignacio, Pedro Fabro fue considerado el más eminente del grupo, el que mejor había asimilado las ideas de San Ignacio. Su profundo conocimiento, amabilidad y la influencia que ejercía sobre las personas lo hicieron apreciado por todos. Incluso, al elegir al superior de la Compañía en 1541, San Francisco Javier y Simón Rodríguez, el fundador en Portugal, mencionaron a Pedro Fabro en su voto: «Ignacio, y si no es posible, Pedro Fabro«. Los demás también estaban de acuerdo, incluido Diego Laínez, quienes lo consideraban el discípulo más maduro y aventajado de Ignacio, y creían que en el futuro debería sucederlo como prepósito general de la orden en ciernes.
En 1540, fue enviado a una Alemania dividida para participar en la Dieta de Worms, y luego fue convocado a la Dieta de Ratisbona en 1541. En sus cartas, expresó su impresión negativa sobre las ruinas que el protestantismo había dejado en Alemania y el declive del catolicismo, especialmente entre el clero. Se convenció de que el remedio no estaba en las discusiones, sino en una reforma radical de los fieles, en especial del clero. Con gentileza y éxito, trabajó arduamente en Ratisbona, Espira, Maguncia e incluso Colonia. Polemizaba, predicaba ejercicios espirituales y se acercaba a los príncipes, prelados y sacerdotes, impresionándolos a todos con su optimismo frente a la adversidad y la eficacia de su apostolado, horrorizado por la desolación religiosa que encontraba en muchos lugares.
Los Viajes de San Pedro Fabro
Fue llamado por San Ignacio a España y Portugal, donde se percató del notable contraste entre los pueblos que había conocido previamente y los de la península ibérica, donde la reforma que alcanzaría su esplendor en Trento ya había comenzado a echar raíces. Fabro era un hombre incansable, y por ello lo llamaban «contemplativo en la acción«. En España, conoció a San Francisco de Borja, quien quedó profundamente impresionado por su personalidad. Gran parte de la vida y la espiritualidad contemplativa en la acción del Santo Fabro se extrajeron de un diario íntimo que comenzó en Alemania, titulado «Memorial«.
Regresó a Alemania unos meses después, donde conoció a un joven, Pedro Canisio, quien se convertiría en un gran santo y apóstol en el mundo germánico. Allí, retomó su trabajo espiritual y catequético, especialmente con los jóvenes, buscando despertar las vocaciones que descubría. Trabajó intensamente en Colonia, antes de viajar brevemente a Lovaina, en Bélgica, donde también logró despertar muchas vocaciones entre los jóvenes. Luego, regresó a Colonia, donde mantuvo una actitud enérgica contra los errores que amenazaban la fe y se esforzó por erradicarlos. Algunos lo llaman el Apóstol de Colonia.
Después de todas sus peripecias como defensor de la fe, volvió a la península ibérica, a Portugal y luego a España, donde permaneció en las cortes de ambos países. En cada lugar que visitaba, predicaba, impartía catequesis y despertaba vocaciones al sacerdocio y la vida religiosa que yacían dormidas.
Fallecimiento de San Pedro Fabro
Agotado físicamente por las polémicas contra los adversarios de la fe y por su intenso apostolado en diferentes países, Pedro Fabro llegó enfermo de fiebres a Roma, a los 40 años, el 17 de julio de 1546, para finalmente unirse a San Ignacio. Muy pronto se empezó a hablar de él como un hombre de gran santidad, especialmente en Saboya, su tierra natal, donde se desarrolló un culto que poco a poco se extendió. El 5 de septiembre de 1872, el Papa Pío IX confirmó dicho culto y lo declaró Beato.
El 17 de diciembre de 2013, el Papa Francisco, con su autoridad como Pontífice, canonizó a San Pedro Fabro.
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