Biografía de San Juan Clímaco – 30 de marzo
Santo ermitaño muy sabio que fue bendecido con el don de aconsejar y de llevar la paz a las personas que la necesitaban.
Historia de San Juan Clímaco
Juan Clímaco nació en Palestina, vivió entre los siglos VI y VII. Se formó leyendo los libros de San Gregorio Nacianceno y de San Basilio, 2 grandes santos de aquellos siglos. Cuando tenía 16 años se fue de monje al Monte Sinaí. Luego de cuatro años de preparación fue admitido como religioso. El mismo narraba después que en sus primeros años hubo dos factores que le ayudaron mucho a progresar en el camino de la perfección. El primero: no dedicar tiempo a conversaciones inútiles, y el segundo: haber encontrado un director espiritual santo y sabio que le ayudó a reconocer los obstáculos y peligros que se oponían a su santidad. De su director aprendió a no discutir jamás con nadie, y a no llevarle jamás la contraria a ninguno, si lo que el otro decía no iba o tentaba contra la Ley de Dios o la moral cristiana.
Crecimiento en Santidad de Juan
Durante 40 años pasó totalmente dedicado a la meditación de la Biblia, a la oración, y a algunos trabajos manuales. San Juan llegó a ser uno de los más grandes sabios sobre la Biblia de Oriente, pero ocultaba su sabiduría y en todo aparecía como un sencillo monje más, igual a todos los demás. En lo que sí aparecía distinto era en su desprendimiento total de todo afecto por el comer y el beber. Sus ayunos eran continuos y severos, los demás decían que pareciera como si el comer y el beber más bien le produjera disgusto que alegría.
Era muy frecuente que pidiera perdón a Dios por los propios pecados y por los pecados de la demás gente. Los que lo veían rezar afirmaban que sus ojos parecían dos aljibes de lágrimas. Muy seguido lloraba al pensar en lo mucho que todos ofendemos cada día a Nuestro Señor. Y de vez en cuando se iba a una cueva a rezar y allí se le oía gritar: ¡Perdón, Señor piedad! No nos castigues como merecen nuestros pecados. Jesús misericordioso tened compasión de nosotros los pobres pecadores! Las piedras retumbaban con sus gritos al pedir perdón por todos.
El Don de Guiar y Aconsejar
Dios le concedió un gran don, el de ser un gran guía espiritual- Al principio de su vida de monje, varios compañeros lo criticaban diciéndole que perdía demasiado tiempo dando consejos a los demás. Juan creyó que aquello era un caritativo consejo y se impuso la penitencia de estarse un año sin hablar nada ni dar ningún consejo. Pero al final de aquel año se reunieron todos los monjes de la comunidad y le pidieron que por amor a Dios y al prójimo siguiera dando dirección espiritual, porque el gran regalo que Dios le había concedido era el de saber dirigir muy bien las almas, por lo que el santo siguió aconsejando y guiando a las personas. Quienes lo visitaban en el Monte Sinaí decían de él: «Así como Moisés cuando subió al Monte a orar bajó luego hacia sus compañeros con el rostro totalmente iluminado, así este santo monje después de que va a orar a Dios viene a nosotros lleno de iluminaciones del cielo para dirigirnos hacia la santidad«.
Su Obra Literaria Más Importante
El abad del convento le pidió que pusiera por escrito los remedios que él daba a la gente para obtener la santidad. Y así fue como escribió el famoso libro del cual se le colocó su apellido: «Clímaco», o Escalera para subir al cielo. Está compuesto por 30 capítulos, que enseñan los treinta grados para ir subiendo en santidad hasta llegar a la perfección. El primer peldaño o la primera escalera es cumplir aquello que dijo Jesús: «Quien desea ser mi discípulo tiene que negarse a sí mismo«. El primer escalón es llevarse la contraria a sí mismo, mortificarse en algo cada día. El segundo es tratar de recobrar la blancura del alma pidiendo muchas veces perdón a Dios por pecados cometidos, el tercero es el plan o propósito de enmendarse y cambiar de vida. Los últimos tres, los peldaños superiores, son practicar la Fe, la Esperanza y la Caridad. Todo el libro está ilustrado con frases hermosas y con agradables ejemplos que lo hacen muy agradable al lector.
El Don de Llevar Paz a las Almas
Otro don que tenía el santo era el de lograr llevar la paz a muchas almas angustiadas y llenas de preocupaciones. Llegaban personas con muchos problemas por las tentaciones que los atormentaban y él les decía: «Oremos porque los malos espíritus se alejan con la oración». Y después de dedicarse a rezar por varios minutos en su compañía aquella persona sentía una paz y una tranquilidad que no había experimentado nunca. El santo decía a las personas: «Así como los israelitas quizás no habrían logrado atravesar el desierto si no hubieran sido guiados por Moisés, así muchas almas no logran llegar a la santidad si no tienen un director espiritual que los guíe«. San Juan Clímaco fue el guía de miles de personas en medio de su desierto personal.
Los Milagros de San Juan Clímaco
Un joven que era dirigido espiritualmente por San Juan Clímaco, estaba durmiendo junto a una gran roca, a muchos kilómetros del santo, cuando oyó que este lo llamaba y le decía: «Aléjese de ahí», se despertó y salió corriendo, en ese momento aquella gran roca se cayó, si el joven se hubiera quedado allí, la roca lo hubiera aplastado.
En un año en el que por muchos meses no caía una gota de agua, las cosechas se estaban perdiendo por tremenda sequía y los animales se morían de sed, una multitud fue a donde nuestro santo a rogarle que le pidiera a Dios para que enviara lluvia. El subió al Monte Sinaí a orar y Dios respondió enviando abundantes lluvias.
Era tal la fama que tenían las oraciones de San Juan Clímaco, que el mismo Papa San Gregorio le escribió pidiéndole que lo encomendara en sus oraciones y le envió colchones y camas para que pudiera hospedar a los peregrinos que iban a pedirle dirección espiritual.
Fallecimiento de San Juan Clímaco
Cuando aquel monje sabio tenía más de 70 años, los monjes lo eligieron Abad o Superior del monasterio del Monte Sinaí y ejerció su cargo con satisfacción y provecho espiritual de todos. Cuando sintió que la muerte estaba cerca, renunció al cargo de superior y se dedicó por completo a preparar su viaje al cielo. Cuando el santo cumplió 80 años murió santamente en su monasterio del Monte Sinaí. Jorge, su discípulo predilecto, le pidió llorando: «Padre, lléveme en su compañía al cielo«. El oró y le dijo: «Tu petición ha sido aceptada«. Y poco después murió también Jorge.
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