Biografía de San Ignacio de Antioquía – 17 de octubre
Algunos escritos antiguos nos dicen que Ignacio fue aquel niño que Jesús colocó en medio de los apóstoles para decirles: «Quien no se haga como un niño no puede entrar en el reino de los cielos» (Mc. 9,36).
San Ignacio dice en sus cartas que María Santísima fue siempre Virgen y él es el primero en llamar católica, a la Iglesia fundada por Cristo, ya que católica significa universal.
Historia de San Ignacio de Antioquía
Antioquía fue una ciudad muy famosa en Asia Menor en Siria, al norte de Jerusalén. En esa ciudad fue donde los seguidores de Cristo empezaron a llamarse «cristianos». En aquellos años, el obispo era San Ignacio, quién se hizo muy famoso porque mientras era llevado para ser martirizado, en vez de sentir miedo, rogaba a sus amigos que le ayudaran a pedirle a Dios que las fieras no le fueran a dejar sin destrozar, porque deseaba ser muerto por proclamar su amor a Jesucristo.
Discípulo del Apóstol San Juan
Se cuenta que fue uno de los discípulos de San Juan Evangelista. Por 40 años estuvo como obispo de Antioquía que, después de Roma, era la ciudad más importante para los cristianos, porque es donde había el mayor número de creyentes.
Mandó el emperador Trajano que pusieran presos a todos los que no adoraran a los falsos dioses de los paganos. Como Ignacio se negó a adorar esos ídolos, fue llevado preso y entre el perseguidor y el santo se produjo el siguiente platica.
– ¿Por qué te niegas a adorar a mis dioses, hombre malvado?
– No me llames malvado. Más bien llámame Teóforo, que significa el que lleva a Dios dentro de sí.
– ¿Y por qué no aceptas a mis dioses?
– Porque ellos no son dioses. No hay sino un solo Dios, el que hizo el cielo y la tierra. Y a su único Hijo Jesucristo, es a quien sirvo yo.
El emperador ordenó entonces que Ignacio fuera llevado a Roma y fuera devorado por las fieras para diversión de su pueblo.
De Camino a Su Martírio
Fue llevado preso en un barco desde Antioquía hasta Roma en un largo y pesado viaje, durante el cual el santo escribió siete cartas que con el tiempo se hicieron famosas. Iban dirigidas a las Iglesias de Asia Menor.
En una de esas cartas dice que los soldados que lo llevaban eran feroces como leopardos; que lo trataban como fieras salvajes y que cuanto más amablemente los trataba él, con más furia lo atormentaban.
El barco se detuvo en muchos puertos y en cada una de esas ciudades salían el obispo y todos los cristianos a saludar al santo mártir y a escuchar sus enseñanzas. De rodillas recibían toda su bendición. Varios se fueron adelante hasta Roma a acompañarlo en su glorioso martirio.
Con los que se adelantaron a ir a la capital antes que él, envió una carta a los cristianos de Roma diciéndoles: «Por favor: no le vayan a pedir a Dios que las fieras no me hagan nada. Esto no sería para mí un bien sino un mal. Yo quiero ser devorado, molido como trigo, por los dientes de las fieras para así demostrarle a Cristo Jesús el gran amor que le tengo. Y si cuando yo llegue allá me lleno de miedo, no me vayan a hacer caso si digo que ya no quiero morir. Que vengan sobre mí, fuego, cruz, cuchilladas, fracturas, mordiscos, desgarrones, y que mi cuerpo sea hecho pedazos con tal de poder demostrarle mi amor al Señor Jesús».
Muerte de San Ignacio de Antioquía
Al llegar a Roma, salieron a recibirlo miles de cristianos. Y algunos de ellos le ofrecieron hablar con altos dignatarios del gobierno para obtener que no lo martirizaran. Él les rogó que no lo hicieran y se arrodilló y oró con ellos por la Iglesia, por el fin de la persecución y por la paz del mundo. Como al día siguiente era el último y el más concurrido día de las fiestas populares y el pueblo quería ver muchos martirizados en el circo, especialmente que fueran personajes importantes, fue llevado sin más al circo para para ser devorado frente a todas aquellas personas que esperaban ver su sufrimiento y todos. Esto ocurrió en el año 107.
Frente a cientos de personas fue presentado en el anfiteatro el santo y luego de orar a Dios, fueron soltados dos leones hambrientos y feroces que lo destrozaron y devoraron, entre los aplausos y las personas que disfrutaban de aquel suceso. Así consiguió Ignacio lo que tanto deseaba: ser martirizado por proclamar su amor a Jesucristo.
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