Biografía de San Bernardo de Claraval – 20 de agosto
De tantos santos religiosos que han habido, podemos resaltar grandemente a San Bernardo de Claraval, ya que el sólo logró atraer a muchas personas para que sean religiosos.
Historia de San Bernardo de Claraval
Nació en Borgoña, Francia en el año 1090. Sus padres tuvieron siete hijos y todos aprendieron latín, literatura y religión.
Una Familia de Religiosos
Cuando Bernardo se convirtió en religioso, lo hizo junto a sus 4 hermanos varones y junto a un tío, dejando a su hermana para que cuidará al papá quien ya era viudo y el hermano más pequeño para que administrara los bienes que tenían. Se cuenta que, cuando llamaron al menor para contarle que ellos se convertirían en religiosos, el joven les respondió les que ellos se irían al cielo y a él lo dejaban en la tierra y que no podía aceptar eso, por lo que un tiempo después, también se convirtió en religioso. Tiempo después entraron al convento el papá y el esposo de la hermana cuando ella también se hizo religiosa.
Bernardo Antes de Ser Religioso
Pocos individuos han tenido una personalidad tan impactante y atrayente, como San Bernardo. El poseía todas las ventajas y cualidades que pueden hacer amable y simpático a un joven. Inteligencia viva y brillante. Poseía un temperamento bondadoso y alegre, se ganaba la simpatía de todos los que tratasen con él. Su físico lleno de vigor y lozanía era ocasión de graves peligros para su castidad y santidad. Antes de querer entrar de religioso, su físico y personalidad lo llevaron durante un tiempo a inclinarse hacia lo mundano y lo sensual. Pero todo esto lo desilusionaba y lo hacía infeliz. Las amistades mundanas por más atractivas y brillantes que fueran lo dejaban vacío por dentro. Después de cada fiesta se sentía más y más desilusionado del mundo y de sus placeres.
Como sus tentaciones sexuales lo atacaban constantemente, una noche se lanzó al hielo hasta quedar casi congelado, lo que le sirvió santamente para vencer dicho pecado.
Visión de la Virgen María y el Niño Jesús
Una noche de Navidad, mientras celebraban las ceremonias en el templo, se quedó dormido y le pareció ver al Niño Jesús en Belén en los brazos de su madre María, vio que la Santa Madre le ofrecía al Niñito Santo para que lo amara y lo hiciera amar mucho por los demás. Desde este día ya no pensó en nada más que en consagrarse a la religión y al apostolado.
Ingreso a la Orden Benedictina
Bernardo se fue al convento de monjes benedictinos llamado Cister, y pidió ser admitido. El superior, San Esteban, lo aceptó con gran alegría pues, en aquel convento ya habían pasado 15 años de que no llegaba ningún religioso nuevo.
Bernardo volvió a su familia a contar la noticia y nadie lo apoyó. Los amigos le decían que esto era desperdiciar una gran personalidad para irse a sepultarse vivo en un convento. La familia no lo aceptaba de ninguna manera.
Pero aquí sí fue cuando apareció el poder tan sorprendente que este hombre tenía para convencer a los demás e influir en ellos para ganarse su voluntad. Empezó a hablar tan maravillosamente de las ventajas y cualidades que tiene la vida religiosa, que logró llevarse al convento a sus hermanos mayores, a su tío y a casi a todos los jóvenes que vivían en los alrededores, fue junto con 31 compañeros al convento de los Cistercienses a pedir ser admitidos de religiosos. Pero antes de entrar, había estado preparando a todos por varias semanas, entrenándolos acerca del modo como debían comportarse para ser unos fervorosos religiosos. En el año 1112, con 22 años de edad, se convirtió en monje.
El papá, el hermano llamado Nirvardo, el cuñado y la hermana, fueron llegando uno por uno a pedir ser recibidos como religiosos con el pasar del tiempo.
Vida como Benedictino
Las muchachas de los alrededores tenían un gran miedo de que su novio hablara con el santo, porque lo más probable era que los convencería que entraran al convento. En las universidades, en los pueblos, en los campos, los jóvenes al oírle hablar de las excelencias y ventajas de la vida en un convento, se iban en numerosos grupos a que él los instruyera y los formara como religiosos. Durante su vida fundó más de 300 conventos para hombres, e hizo llegar a gran santidad a muchos de sus discípulos. Lo llamaban «el cazador de almas y vocaciones». Con su apostolado consiguió que 900 monjes hicieran profesión religiosa.
En el convento del Císter demostró tales cualidades de líder y de santo que, a los 25 años de edad y 3 años de ser religioso, fue enviado como superior a fundar un nuevo convento. Escogió un sitio sumamente árido y lleno de bosques donde sus monjes tuvieran trabajar muy duro para poder cosechar algo, y le puso el nombre de Claraval, que significa valle muy claro, ya que allí el sol ilumina fuerte todo el día.
Supo infundir el fervor y el entusiasmo de la tal manera a sus religiosos de Claraval, que habiendo comenzado con sólo 20 compañeros, a los pocos años tenía 130 religiosos; de este convento de Claraval salieron monjes a fundar otros 63 conventos en otras regiones.
Después de que San Juan Crisóstomo y de San Agustín, es difícil encontrar otro orador católico que haya obtenido tantos éxitos en su predicación como lo hizo San Bernardo. Lo llamaban «El Doctor boca de miel» o “doctor melifluo” porque sus palabras en la predicación eran una verdadera golosina muy sabrosa para los que le escuchaban. Su inmenso amor a Dios y a la Virgen Santísima y su deseo de salvar almas lo llevaban a estudiar por horas y horas cada sermón que iba a pronunciar, y luego como sus palabras iban precedidas de mucha oración y de grandes penitencias, el efecto era muy positivo en los oyentes.
Los que quieren progresar en su amor a María Santísima, tienen que leer los escritos de San Bernardo, porque entre todos los predicadores católicos quizás ninguno ha hablado con más cariño y emoción acerca de la Virgen Santísima que este gran santo. Que mejor ejemplo que una oración que muchos conocemos que es el Salve Regina, ya que él escribió el verso final: «Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María». Y repetía frecuentemente la bella oración que dice: «Acuérdate oh Madre Santa, que jamás se oyó decir, que alguno a Ti haya acudido, sin tu auxilio recibir».
El más profundo deseo de San Bernardo era permanecer en su convento dedicado a la oración y a la meditación. Pero tanto el Papa como los obispos, los gobernantes y las personas de los poblados le pedían continuamente que fuera a ayudarles, él estaba siempre pronto a prestar su ayuda donde quiera que pudiera ser útil. Cuando comenzó de religioso hizo penitencias muy fuertes lo que lo llevó a tener problemas en el estómago toda su vida y aún así, recorrió toda Europa poniendo la paz donde había guerras, deteniendo las herejías, corrigiendo errores, animando desanimados y hasta reuniendo ejércitos para defender la santa religión católica de sus perseguidores.
Preparando a un Futuro Papa
En una ocasión hombre muy bien preparado le pidió que lo recibiera en su monasterio de Claraval. Para probar su virtud lo dedicó las primeras semanas a transportar carbón, y este lo hizo de con muy buena voluntad. Con el tiempo llegó a ser un excelente monje, y más tarde fue nombrado Sumo Pontífice bajo el nombre de Eugenio III. El santo le escribió un famoso libro llamado «De consideratione», en el cual propone una serie de consejos de suma importancia para que los que están en puestos elevados no vayan a cometer el gravísimo error de dedicarse solamente a actividades exteriores descuidando la oración y la meditación. Y llegó a decirle: «Malditas serán dichas ocupaciones, si no dejan dedicar el debido tiempo a la oración y a la meditación».
Fallecimiento de San Bernardo
Después de haber llegado a ser el hombre más famoso de Europa en aquellos tiempos, de haber conseguido varios milagros y después de haber llenado varios países de monasterios con religiosos, ante la petición de sus discípulos para que pidiera a Dios la gracia de seguir viviendo otros años más, exclamaba: «Mi gran deseo es ir a ver a Dios y a estar junto a Él. Pero el amor hacia mis discípulos me mueve a querer seguir ayudándolos. Que el Señor Dios haga lo que a Él mejor le parezca«. A nuestro Padre le pareció que ya había sufrido y trabajado bastante y que se merecía el descanso eterno, por lo que se lo llevó a su eternidad feliz el 20 de agosto del año 1153. Tenía 63 años, pero había trabajado como si lo hubiera hecho por más de 100 años. Fue declarado Doctor de la Iglesia años más tarde.
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